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Empezamos a vivir como quien corre en un circuito de obstáculos, y en cada paso había que sortear burocracia, cuestiones médicas de los ingresos, opiniones distintas de psiquiatras y un sinfín de desordenadas vías que no sabía ni lo que hacía, ni lo que te decían. Todo me sonaba igual. Fue gracias a la Asociación AFES Salud Mental (Tenerife), que me ayudó en todo mi conocimiento sobre lo que estaba pasando, orientándome y dándome apoyo con todo lo que necesitaba para poder afrontar la enfermedad de mi hijo.

Tenía tan solo 23 años cuando decidió que en esta vida terrenal no tenía cabida para soportar tanto. Su enfermedad hacía que viviera de manera diferente y esto le produjo, muchas veces, rechazo de cara a los demás. La soledad no deseada. La incomprensión por parte de los profesores, que, en lugar de apoyarle, no lo querían en el aula. La falta de un seguimiento psicológico continuado, pues él no era consciente de su enfermedad. La pérdida del contacto con los amigos y familia, por no soportar el ruido, los murmullos. La búsqueda de la oscuridad, porque la luz es su enemiga. Las risas incontroladas en cualquier sitio y ser la mirada constante de otros que ya te juzgan como "el loco" del lugar. Sus explicaciones extravagantes, que no son atendidas y son el centro de la mofa y la broma para otros. El sentir que te huyen porque su presencia da miedo. El ver que su vida no es comprendida, porque él vivía su realidad distinta a la mía y a la de los demás. Por no tener la suficiente madurez de comprender que es una enfermedad mental lo que padece y sólo se limita a desafiarte, negándose por completo a que le ayudes, y se niega, una y otra vez, a querer medicarse, porque le deja totalmente apagado.

Por sus cuatro ingresos involuntarios aterradores que vivió y de los que, por supuesto, me culpabilizaba, una y otra vez. Porque no encontraba la mejor manera que acallar las voces en su cabeza y, para eso, buscaba la solución en seguir consumiendo.

 

Pasó 7 días en la morgue, solo, sin nadie que le llorara

Eran casi las ocho de la noche cuando me llamó un inspector de la Brigada de Desaparecidos, se presentó en casa y, dándome datos de mi hijo, me confirmó que aquel chico de color que tenía en la morgue hacía siete días, era Marco.

Mi primer llanto desesperado fue por su pérdida, por no tenerlo. Le lloré muchísimo, maldije todo lo que no le sirvió de ayuda para su mejora y, por el contrario, eso me consoló para entender lo que hizo: ¿llorar su muerte o que no vivió?

Mi segundo llanto fue al saber que mi hijo estuvo siete días en la morgue porque lo confundieron con algún chico llegado en patera. De color, sin documentación... Y ni se preocuparon en comprobar la denuncia por desaparición que había puesto con toda su descripción. En el hospital nos dijeron que no había ingresado ningún chico de color y fue allí donde murió... y yo, y muchos, siete días buscándolo. Al subirlo a las redes, apareció el inspector.

No sentí culpa, hice todo lo que supe y aprendí. ¿Se podría haber evitado...? Seguro que sí. Hay que seguir trabajando por la salud mental.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator css=""][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text css=""]Artículo publicado en La Voz de SALUD MENTAL ESPAÑA, de Revista Encuentro, nº 2, 2024.

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Sufrimiento que abocó al suicidio… Pero ¿qué pasó para que esa fuera su elección?

13/12/2024

Artículo de Cristina Acosta, presidenta de la Federación Salud Mental Canarias. Artículo publicado en Revista Encuentro, nº 2, 2024.
Cristina Acosta, presidenta de la Federación Salud Mental Canarias

Fui madre y esa experiencia marcó mucho mi vida. Adopté a mi hijo cuando este tenía sólo un mes de vida y, cuando cumplió los 17 años, despertaron en él los primeros brotes psicóticos y, en mí, la gran pesadilla de esta cruel enfermedad.

Empezamos a vivir como quien corre en un circuito de obstáculos, y en cada paso había que sortear burocracia, cuestiones médicas de los ingresos, opiniones distintas de psiquiatras y un sinfín de desordenadas vías que no sabía ni lo que hacía, ni lo que te decían. Todo me sonaba igual. Fue gracias a la Asociación AFES Salud Mental (Tenerife), que me ayudó en todo mi conocimiento sobre lo que estaba pasando, orientándome y dándome apoyo con todo lo que necesitaba para poder afrontar la enfermedad de mi hijo.

Tenía tan solo 23 años cuando decidió que en esta vida terrenal no tenía cabida para soportar tanto. Su enfermedad hacía que viviera de manera diferente y esto le produjo, muchas veces, rechazo de cara a los demás. La soledad no deseada. La incomprensión por parte de los profesores, que, en lugar de apoyarle, no lo querían en el aula. La falta de un seguimiento psicológico continuado, pues él no era consciente de su enfermedad. La pérdida del contacto con los amigos y familia, por no soportar el ruido, los murmullos. La búsqueda de la oscuridad, porque la luz es su enemiga. Las risas incontroladas en cualquier sitio y ser la mirada constante de otros que ya te juzgan como «el loco» del lugar. Sus explicaciones extravagantes, que no son atendidas y son el centro de la mofa y la broma para otros. El sentir que te huyen porque su presencia da miedo. El ver que su vida no es comprendida, porque él vivía su realidad distinta a la mía y a la de los demás. Por no tener la suficiente madurez de comprender que es una enfermedad mental lo que padece y sólo se limita a desafiarte, negándose por completo a que le ayudes, y se niega, una y otra vez, a querer medicarse, porque le deja totalmente apagado.

Por sus cuatro ingresos involuntarios aterradores que vivió y de los que, por supuesto, me culpabilizaba, una y otra vez. Porque no encontraba la mejor manera que acallar las voces en su cabeza y, para eso, buscaba la solución en seguir consumiendo.

 

Pasó 7 días en la morgue, solo, sin nadie que le llorara

Eran casi las ocho de la noche cuando me llamó un inspector de la Brigada de Desaparecidos, se presentó en casa y, dándome datos de mi hijo, me confirmó que aquel chico de color que tenía en la morgue hacía siete días, era Marco.

Mi primer llanto desesperado fue por su pérdida, por no tenerlo. Le lloré muchísimo, maldije todo lo que no le sirvió de ayuda para su mejora y, por el contrario, eso me consoló para entender lo que hizo: ¿llorar su muerte o que no vivió?

Mi segundo llanto fue al saber que mi hijo estuvo siete días en la morgue porque lo confundieron con algún chico llegado en patera. De color, sin documentación… Y ni se preocuparon en comprobar la denuncia por desaparición que había puesto con toda su descripción. En el hospital nos dijeron que no había ingresado ningún chico de color y fue allí donde murió… y yo, y muchos, siete días buscándolo. Al subirlo a las redes, apareció el inspector.

No sentí culpa, hice todo lo que supe y aprendí. ¿Se podría haber evitado…? Seguro que sí. Hay que seguir trabajando por la salud mental.

Artículo publicado en La Voz de SALUD MENTAL ESPAÑA, de Revista Encuentro, nº 2, 2024.